El interés de Florencio Sánchez en escribir sobre los dramas cotidianos hace que estos textos de comienzos del novecientos no nos parezcan tan lejanos. Ferreira los acerca aun más al construir un ambiente íntimo, de cercanías físicas y emotivas, respetando el naturalismo típico de la dramaturgia de Sánchez. La escenografía y el vestuario son austeros, algunos pilares de diarios desordenados servirán de butacas para los actores. Sus presencias, silenciosas, no abandonarán nunca el espacio escénico. Mientras se desarrolla la acción entre algunos personajes, los demás se mantendrán pasivos, sentados, callados, pero presenciando lo ocurrido. Más allá de los diálogos, su silencio profundo (sólo quebrado por algunos momentos de música) materializa la sensación de lo forzosamente oculto.
En la búsqueda de una continuidad entre el público y la acción, las butacas se encuentran a los lados del escenario, enfrentadas, con la disposición de un tribunal que también observa y juzga. Las miradas se centran en la escena, pero se cruzan de lado a lado, de modo que todos los presentes están a la vista. La parilla de luces cambia estratégicamente su ubicación superior tradicional, para iluminar a los personajes desde los costados con una fuerte luz blanca que los apuntala, remarcando la posición del acusado que testifica. En los diálogos la reflexión es sobre los derechos, en los que todos están incluidos. Ferreira logra una puesta que sigue la búsqueda de esa universalidad añorada en los textos de Sánchez.
En ambas obras existe un elemento disfuncional al interior de la familia clase media: la joven embarazada fuera del matrimonio y la esposa portadora de una enfermedad incurable. Ambas siembran el desequilibrio y despiertan los prejuicios del mundo exterior, mientras añoran desesperadamente la protección. El trabajo actoral desplegado por Alejandra Wolff (la esposa enferma) y Sandra Américo (la joven embarazada) está cargado de una contundente dureza emotiva y alcanza la representación exacta de ese desequilibrio. Los acercamientos y contactos físicos hacia estos personajes se polarizan entre los puñetazos y el abrazo protector. Y es que en el planteo, donde el cuestionamiento del statu quo está en la base de sus situaciones personales, las decisiones individuales juzgarán hacia qué polo afiliarse.
En ese proceso de enjuiciamiento otro testigo omnipresente ocupa el rol de espejo de la realidad y de la mirada externa: la prensa. En Nuestros hijos las noticias policiales despiertan la reflexión del padre de familia sobre la nueva situación social de los hijos nacidos fuera del matrimonio, y en la puesta escénica -como pilares- los diarios organizan y rigen el movimiento de los personajes. No azarosamente el programa es un símil de un diario capitalino que en su interior contiene noticias sobre la discusión del aborto y la eutanasia, conflictos sobre los derechos a la maternidad y a la salud de nuestra época.
El director cuida todos los detalles y así alcanza una puesta comprometida con el texto original. Un hombre bueno en una historia terrible vuelve a demostrar que Ferreira traslada el drama interior de sus personajes a todos los elementos utilizados para la escena, como lo vimos últimamente en Kiev y El viento entre los álamos. Logra así textos escénicos unificados por una visión autoral clara, que entiende la capacidad expresiva y la pertinencia de cada decisión estética.
Textos: Florencio Sánchez
Dirección: Mario Ferreira
Reposición: A partir del 29 de febrero en el 1º piso del Palacio Salvo. Viernes y sábados 21 hs. Domingos 19 hs.
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