5 de octubre de 2014

Entrevista con Marianella Morena: La poesía como bandera de la revolución

No daré hijos, daré versos




La directora y dramaturga Marianella Morena estrena su obra No daré hijos, daré versos puesta que trabaja en el acercamiento al hoy de la figura de Delmira Agustini, en el año en que se conmemoran los 100 años de su muerte. En un relato escénico con fuerte construcción musical Morena profundiza en su lenguaje escénico y en el trabajo del actor, con la premisa de alejarse del personaje para trabajar sobre el rol. Desde una pauta creativa que prioriza la libertad el equipo trabaja sobre la poeta revolucionaria entendida como un “acontecimiento”. Sobre las guerras internas, el erotismo en su potencial político, la construcción de identidad y las proyecciones de su proyecto en Madrid Morena conversó con entretablas.

La puesta realizó un semi-montaje hace unos meses. ¿Qué trabajaste desde ese momento hasta el estreno?

Hay algo que me interesó trabajar que es el “acontecimiento Delmira”. Es decir, Delmira como fenómeno, como suceso que trasciende la historia. Quería que no nos quedarámos atrapados en la obra poética ni en el suceso trágico de su muerte, sino abordarla como un acontecimiento. Creo que Delmira se trascendió a sí misma en muchos aspectos: en tener una capacidad adelantada, una rebeldía que siento que no se notaba como tal en aquel entonces, pero ella era absolutamente una revolucionaria. Y ese lugar me resulta interesante para trabajar: que la poesía es bandera de la revolución.
Como dimensión ideológica me gustó pensarla desde ese lugar y traerla al hoy. Busqué establecer un diálogo con ella desde ese soporte transgresor. En esta puesta no hay un análisis sobre su obra escrita, ni sobre su obra pictórica -que se conoce hace poco- o sobre la correspondencia. Abordo algo que creo que no es considerado que es su mirada revolucionaria y me interesa la vinculación política. Creo que el erotismo es absolutamente político. ¿Por qué? Porque está relacionado con los derechos. Pensemos a la mujer en un contexto en el que no podía tener relaciones sexuales antes del matrimonio (prohibidas por mandato social) no podía vestirse de determinada manera, donde el deseo estaba prohibido, no había un derecho legitimado, la mujer no tenía un derecho como tal. Creo que está relacionado con lo político por la forma en que se construyen los derechos. A veces surgen de lo social y luego las leyes le dan un marco legal a lo que las sociedades piden. La puesta es una mirada, ofrece una luz sobre un tema que en este momento parece muy necesario cuando se habla tanto sobre las miradas de género y los derechos de las mujeres, reubicando a Delmira como una creadora revolucionaria. Aunque en su momento su postura no lo haya sido, en sí lo fue en la medida que tenía una personalidad transgresora, ya sea por instinto o por talento. Nadie sabe cuál era su pensamiento más íntimo, más personal. No hay un dato histórico. Pero creo que tener una postura concreta frente a las cosas es un acto político también. El revelarse contra algo y utilizar la pluma para hacerlo también lo es, su canal fue la poesía. Ese es uno de los continentes desde los que trabajé.

¿Cómo trabajaste concretamente estas ideas con los actores?

Lo que trabajé con ellos fue el desencuentro. Lo trabajamos con ejemplos concretos: el desencuentro entre ella y su tiempo, entre Reyes y ella, busqué quitar el peso de la dupla del mal y del bien. Trabajamos en la imposibilidad: en el amarse a pesar del desencuentro y en el desencuentro a pesar del amor. Me interesó esa dialéctica, ese conflicto o pulsión constante que también habla de la complejidad de los seres humanos. Que las emociones enlazan las relaciones. También trabajé sobre el concepto de que no todo puede entenderse y el teatro es un campo muy fértil para ello. A veces lo que uno hace es multiplicar la pregunta, creo que el arte no cumple la función de dar respuestas sino de seguir preguntando.
Sigo trabajando además en asuntos que desarrollo en cada una de mis obras que es preguntarme cuál es el rol del teatro, y proponer reflexiones compartidas sobre la creación. En el segundo acto exhibo la construcción y todo el juego que me obsesiona mucho del límite entre la construcción y lo real. Observo en estos tiempos a personas que no son personajes pero tienen comportamientos de ficción en espacios reales. Esa zona de gran tráfico y contrabando me interesaba trabajarla. Me pregunto qué es el teatro y para qué lo hago.
También me interesó trabajar en cómo se traduce el trabajo de la poesía a la escena. “De la palabra al sudor” es una frase que me ayudó para preguntarme cómo se generaba esa traducción, ese cambio de género. O qué hacer cuando se hace un trabajo sobre la biografía de alguien que mezcla biografía y obra. En este caso no hay una reconstrucción arqueológica ni museográfica sobre la Delmira del 900.

¿Recabaste investigaciones sobre su figura o leíste trabajos sobre su biografía?

Leí algunas cosas, el libro de Alejandro Cáceres “Delmira Agustini. Poesías completas.”, trabajos de Carina Blixen, y la correspondencia que se publicó.

¿Qué te parecieron esas representaciones?

Lo que creo es que hay un monopolio de la academia, una idea de que son los dueños de la verdad porque su trabajo se trata de una investigación. Pero pienso que la investigación siempre es sesgada. Es parcial porque hay una persona que a priori determina qué es lo importante y lo que no. Son materiales que están ahí y tienen un valor, pero yo trabajo un espacio de creación y no me interesa y además descreo que uno pueda hacer en teatro una reconstrucción fiel de la época. Y menos de una personalidad de la que no hay una biblioteca repleta de material. Es muy parcial y subjetivo el registro. Este es un dato revelador que debe ser analizado cuando se habla de nuestros artistas, cuando se los coloca en sitios fijos, con determinadas miradas. Lo interesante es cómo traerlos al hoy y generar interés y curiosidad en el otro.
A mi me interesaría que Delmira llegara a la calle, que la puesta genere curiosidad sobre su figura, abrir un espacio polémico de confrontación y reflexión. Por ejemplo que un estudiante se de cuenta que Delmira fue más transgresora que Madonna y no seguir reproduciendo un modelo canónico.

Y en esa búsqueda de traer Delmira al hoy ¿sobre qué partiste para escribir el texto inicial?

Partí de una imagen que era una bala cruzando el cielo. Ese fue el motor dramático. Fue una imagen muy nítida, de la bala entrando a la habitación y luego un estallido. Ese fue el origen del primer acto: una habitación estallada que llevaba a la multiplicación de las Delmiras. Ese eje me interesó mucho también como centro, como el corazón del actor, el corazón estallado. El punto de partida es pasar de la muerte a la vida.
Trabajé mucho la idea de la guerra. El texto dice “hay guerras que son de muchos, hay guerras que son de un hombre y una mujer y hay guerras que son de una sola persona”. Y el centro del conflicto es Reyes con una guerra. El conflicto en su máxima expresión es la guerra. Eso me ayudó a lograr un desarrollo del texto y no quedarme apretada en el crimen. Me interesó seguir en la línea de cuál es el extremo del conflicto. Trabajé también el concepto de lo residual y la acumulación poética. Me planteé trabajar sobre Delmira como algo residual. Los actores van trabajando en tres actos, con tres personajes diferentes y van generando una acumulación del anterior. No parto de la composición porque hay diferencias etarias, no hay un correlato del actor con el personaje, por ejemplo, los actores que hacen de padre y madre no cumplen una relación de edad real. No hay una representación sino que trabajo con roles. Es una forma de reflexionar sobre los clichés de representación, sobre no permitirnos libertades a la hora de crear y quedarnos prisioneros de herencias formales.
En el segundo acto trabajé el concepto de “quiero llegar pero no puedo”, buscar exponer los juegos de ese intento, es decir, quiero intentar pero no llego al realismo del 900, ni a una representación del 900. Desde el humor busqué establecer y exhibir el absurdo entre el espacio de libertad y el espacio de prisión que generamos al intentar alcanzar una representación. Tendemos a la estabilidad y eso nos roba la libertad que es nuestro eje central que nunca debemos perder. Empezamos a responder a formas y es un absurdo que tengamos que responder a pautas establecidas como norma o reglas. Me gusta jugar con eso, exponerlo, señalarlo. La premisa de trabajo para los actores fue “el no llegar”.
El tercer acto es un remate. Es un cambio radical del lenguaje. Los actores se cambian en escena hay un juego explícito sobre los roles. Hay una interpelación sobre lo que es rol y lo que es personaje. Hay pliegues y sus posibilidades son infinitas. El tercer acto es hiperrealista, contemporáneo, y plantea otro punto de vista sobre el acontecimiento Delmira que es la des-memoria. La mala relación que tenemos los uruguayos con nosotros mismos. Nos viene la necesidad de querernos, pero pronto nos olvidamos. Lo planteo desde la situación del remate, eso que se desaparece, se diluye, se va. Hay cierto concepto de abandono que nos caracteriza y me incluyo dentro de esa crítica.

Eso habla sobre nuestra identidad.

Si, no terminamos de resolver el conflicto. El Uruguay tiene la disyuntiva entre lo propio y lo extranjero. No me doy cuenta por qué. Tenemos un capital artístico increíble, hablando desde el pasado y desde el presente. Uruguay no termina de capitalizarlo. No sé si es porque es un país pequeño. Nos resulta más fácil reconocer a alguien extranjero que a un artista local. Creo que no nos valoramos, no confiamos en que lo que hacemos es bueno. Y si no lo crees, no lo podés defender. Hay un concepto de que si hacemos una obra sobre una poeta uruguaya sólo va a interesar a los uruguayos. Eso habla de que claramente tenemos un problema. Y esta es una herencia acumulada de mucho tiempo que no se puede resolver de un día para otro. Por eso creo que la educación es fundamental, también la legitimación, la institucionalidad, y falta un fomento de la comunicación para no terminar produciendo para las minorías. Pero creo que en el caso del teatro hay minorías potentes en relación a la población montevideana. Si comparamos Montevideo con otras carteleras de latinoamericana, Montevideo es un escándalo a nivel de oferta. Tenemos un potencial enorme que se debería capitalizar mucho más.


¿Cómo trabajaste con los actores en torno a tu lenguaje teatral?

Establezco dos partes en el trabajo. Primero hago un taller que es una forma de hacer un pequeño diagnóstico, ver cómo proceden, establecer un espacio de conocimiento y una etapa de elaboración del lenguaje. Luego paso a la segunda etapa del montaje. Mantengo el diálogo con lo real a nivel de lo humano, de lo actoral.

¿Cómo trasladaste la materialidad de los actores a la escena?

No sigo una línea de preocupación con las reglas del realismo. Pero hay un juego de planos porque hay algo de realista en la puesta, hay un padre, una madre. Me interesó introducir el absurdo, una no correspondencia entre lo real etario y lo real físico. Pensé más en el rol y no en el personaje. El personaje es más formal, tiene una autoridad enorme y una gran presión. A veces el personaje es un tope para el actor, lo aplasta. Hay una presión del personaje, cuando es canónico y ya está instalado en el imaginario. Hay una presión personal y una colectiva sobre cómo debe ser el personaje, esto es nocivo, es anti-sistema creativo, no favorece ni colabora al acto creativo. Y algo que no puede pasar nunca en la creación es perder la libertad. La presión lleva al bloqueo y eso a la muerte escénica. Lo que trabajé fue una trilogía en 75 minutos. Para el actor es una exigencia grande. Entonces preferí trabajar por el lado del rol para alivianar al actor su lugar. Quebré determinados paradigmas y me centré en el juego.

¿El texto tuvo variaciones a partir del trabajo con los actores?

Una vez que empiezo a trabajar en la escena me olvido del texto. La que tiene la última palabra es la escena. Trabajo para que la escena sea viva. No me duele modificar cosas del texto, pienso en el objetivo superior que es el espectáculo. La palabra tiene su orden en su formato, cuando ingresa al cuerpo aparece ese cuerpo que procesa la palabra y es lo central.

¿Qué concepto estético trabajaste para la puesta?

Trabajé con Johanna Bresque sobre los tres actos. Usamos pocos elementos que es lo que siempre trabajo , en tres realidades estéticas bien diferenciadas. Pero cada una surge de la anterior, como Matrioskas.

¿La obra se va a publicar en España?

Sí, a fin de año se concreta. La editorial es Artezblai que tiene una librería en Madrid llamada Yorick en la que venden textos teatrales. El libro reúne tres obras sobre mujeres: Trinidad Guevara, No daré hijos, daré versos y Yo soy Fedra.



No daré hijos, daré versos
Texto y dirección: Marianella Morena

OCTUBRE: martes 7, miércoles 8 y jueves 9
NOVIEMBRE: martes 11, miércoles 12 y jueves 13
DICIEMBRE: lunes 8, martes 9 y miércoles 10

Sala Zavala Muniz

11 de febrero de 2014

Todo lo que está a mi lado de Fernando Rubio. Un Montevideo posible.

I. Reflexionar sobre el teatro puede ser una actividad eterna sobre una experiencia efímera. El encuentro de diez minutos del espectador con una única actriz, ambos compartiendo el espacio íntimo de una cama (en medio del flujo cotidiano de una ciudad) es una experiencia que se vive de modo tan intenso que las palabras parecen sobrar. Todo lo que está a mi lado es una experiencia de teatro para un solo espectador, encuentro sobre el que el director Fernando Rubio trabaja desde hace un tiempo, como lo hizo en su anterior Donde comienza el día.

Inicio un viaje hacia atrás, hacia las huellas que imprimió esta experiencia vivida por primera vez como espectadora. Surgen una y mil preguntas. La potencia del teatro en el S.XXI es su vitalidad como expresión artística del encuentro. Y no es poco decir: casi como un último resquicio de humanidad. Rubio reconoce la potencia teatral de ese cara a cara, prepara un espacio “otro” en medio de una gran cuidad con sus ruidos, sus rutinas, toda su cotidianidad que se ve sorprendida por la presencia de varias camas de sábanas blancas: imagen potente y teatral si las hay. Ese espacio por diez minutos se suspende en un tiempo alterno, un tiempo otro, el tiempo de la ficción que se construye entre dos presencias. Dos personas juntas compartiendo un espacio íntimo, de concentración mutua el uno en el otro, de cercanía física, de imaginaciones compartidas. Apartados del mundo real, inmersos en sus propios mundos ficticios. El resquicio es posible y se crea con poco. Es individual y a la vez colectivo, la experiencia es vivida de forma simultánea por seis espectadores a la vez. Cada quien con una actriz distinta, cada quien creando su propia ficción. Los espectadores se multiplican: desde la ventana de un ómnibus, la puerta de un hotel, la vereda de enfrente, el balcón.

La invitación conduce hacia el relato potente que parece dirigirse e individualizarse en el otro, ese que participa como espectador directo y voluntario. La expectación desde la escucha se vuelve activa, cómplice y compartida. El espectador atento al relato y las acciones de la actriz, la actriz atenta a las reacciones de su espectador. Los gestos, los movimientos de ambos pasan a un primer plano sensorial extremo. Hay quienes optan por escuchar con los ojos cerrados, otros sostienen la mirada hiper cercana de la actriz mientras relata. Sin discusión: en la era del cine 6D la mejor experiencia sensorial es el encuentro con el otro.

  1. Cuando el espacio se resignifica nunca vuelve a ser el mismo. Rubio trabaja en esta puesta los alcances de la intervención urbana. En Montevideo utilizó varios espacios como la explanada del teatro Solís, la Plaza Cagancha, la peatonal Sarandí y el lago del Parque Rodó entre otros. Seis camas totalmente vestidas de blanco y una actriz sentada a la espera de su próximo espectador: lo privado se transforma en público, el espacio público despliega otra forma posible de uso, de ser y estar en el momento presente. La explanada con seis camas blancas: una imagen potente para espectadores prevenidos y desprevenidos. El espacio urbano y el teatro descubren otra mirada posible, otra forma de vivenciar el paisaje, otros marcos de expectación y, en cada uno de ellos, miles de significados posibles.

En plena ciudad con su flujo cotidiano, una cama puede, sin embargo, aislarnos del contexto. Actriz y espectador durante diez minutos -y en el tiempo y espacio otro- quedan suspendidos en una alteridad ficcional. En un ritmo signado por los gestos, el vaivén de sensaciones que transmite la palabra, el universo sonoro de las sábanas con el telón urbano de fondo y las sensaciones kinésicas y táctiles que permite la cercanía, el tiempo cambia también sus coordenadas reales. Todo transcurre como un acontecimiento tan ficticio como real. Los participantes del acontecimiento se acuestan a cielo abierto mientras varios transeúntes expectan la situación no cotidiana en ese rincón citadino. Los espacios elegidos son propicios para instalar un juego con la multiplicación de miradas, de interpretaciones, con la curiosidad del ojo ante lo imprevisto. Seis camas nos sacan del lugar común de la mirada. Invitan a ver un Montevideo otro, a descubrir espacios posibles y flexibles para la ficcionalización sin grandes estructuras. Las cámaras captan momentos pictóricos y dramáticos mientras el hecho ocurre, se vive como experiencia. Toda experiencia transforma y Rubio demuestra que el teatro es una potente expresión transformadora del aquí y ahora, efímera como eterna, transitoria como permanente.

#Foto de Lucía Cóppola (https://www.facebook.com/lubenica.luar)

En febrero y marzo regresa Todo lo que está a mi lado, en la que participan actrices uruguayas. Más información:

4 de febrero de 2014

Cartelera teatral: Fin y comienzo


La temporada teatral 2013 terminó con excelentes propuestas que reflejan el camino de búsqueda e investigación que conforman y definen a las puestas más contemporáneas de nuestra escena. Dos ejemplos fueron las puestas de Proyecto Felisberto dirigido por Mariana Percovich en la casona de Periscopio (Jackson 1083) totalmente transformada para este gran montaje y Lavanderas una creación colectiva que nació posterior a un taller que el grupo tomó con el director argentino Ricardo Bartís (del equipo participan Alfonso Tor Victoria Novick, Bruno Pereyra, Pablo Sintes, Jimena Romero, Florencia Abbondanza, Toia Jackson y Valeria Piana) y que fue realizada en el Club de arte Zona 598 (Florida 1215) Ambas propuestas prometen volver a la cartelera en marzo y febrero respectivamente.

La sala como lugar seguro deja paso desde hace muchos años a espacios no convencionales donde la distancia entre escena, actor y espectador se desdibuja para generar nuevos contenidos creativos, éticos y estéticos. El hallazgo de estas dos obras es intervenir espacios de la ciudad, que si bien se dedican a las artes, no están pensados para recibir montajes teatrales. Sin embargo su apropiación resulta tan creativa y, sobretodo, cuidadosamente trabajada a nivel del colectivo artístico que para el espectador se transforma en un grato descubrimiento de espacios de su propia ciudad que muchas veces en el tránsito cotidiano pasan desapercibidos. El teatro resignifica estos sitios que, por momentos, se transforman en espacios y tiempos alternativos: los de la escena. Proyecto Felisberto es un trabajo profundo de investigación sobre el universo de la literatura y los personajes de Felisberto Hernández, que llevó un año de trabajo y ensayos para el equipo. El puntapié inicial fue trabajar sobre los cuentos El Acomodador, El Balcón, Nadie encendía las lámparas, Las hortensias sobre sus personajes, su forma narrativa, la biografía del propio autor y, sobretodo, su complejo universo para descubrir en él las formas de teatralidad. En este proceso Percovich incorporó a los dramaturgos Calderón, Gayvoronsky, Lagisquet y Sanguinetti que trabajaron individual y colectivamente, junto a los actores y el equipo técnico. La ambientación sonora tan importante en el mundo felisbertiano fue trabajada nada menos que por el músico Fernando Cabrera e interpretada por pianistas en vivo (Andrés Bedó o Herman Klang) Y Paula Villalba realizó un enorme y excelente trabajo de dirección de arte y vestuario para transformar a Periscopio en la casona de principios del '900 que alberga a estos seres de ficción, oníricos, parte de una memoria individual o colectiva: “Las estirpes”. Dentro del juego escénico un montaje de relojería hace que el espectador transite por la casa y ocupe los distintos espacios a elección, armando su propio montaje. Entre la libertad, la elección y el encierro se teje el destino dentro de este universo felisbertiano tan perturbador como montevideano.

Por su parte el joven equipo de Lavanderas demuestra una postura política frente a las formas de teatro convencionales. El grupo comenzó a trabajar en sus posibilidades actorales desconocidas hasta entonces siguiendo las enseñanzas de Bartís, sobretodo la premisa que expresó Bruno Pereyra: “lo poético es lo personal”, es que el actor es carne de cañón y compone sus personajes desde un sí mismo inevitable. Jugando con la improvisación surgió este trío de personajes desopilantes: Mario, Marta y Tony que (y dado que más allá de improvisar se necesita una historia) conforman un grupo de terroristas culturales que complotan para robar el cuadro de Pedro Figari (Lavanderas) del despacho de la Intendenta Ana Olivera. El resultado es una explosiva situación de comedia, con excelentes interpretaciones donde las situaciones parecen irse a los extremos del absurdo. Fue un hallazgo el sitio elegido. El club de arte Zona 598 utilizando su subsuelo y responde a la perfección a la idea de “aguantadero” que se transmite en la puesta. Lo interesante de esta apropiación de un nuevo espacio es que a la entrada los propios actores fuera de papel reciben a su público y de forma amena invitan a tomar unos tragos, comer algo, todo de producción propia y a voluntad con música de fondo. Bajando las escaleras un espacio del que también son parte incluye y recibe al espectador-invitado que ya está viviendo una experiencia alternativa. Hay un excelente y jocoso trabajo con el adentro y el afuera, los actores entran y salen de escena subiendo y bajando la gran cortina de metal que oficia de puerta del lugar. Hay una obra que transcurre para quienes están dentro y también otra para el vecino o transeúnte que se cruce en la vereda, por ejemplo, con Alfonso Tort en polleras.

Sin duda estas dos propuestas cerraron un año creativo y de búsquedas experimentales en los diversos lenguajes teatrales, que atraen a un espectador que ya no espera puestas de grandes autores clásicos sino que está ávido de vivenciar el teatro como una “experiencia” estética y también política. Existe además en estos creadores un vínculo de ida y vuelta con artistas internacionales como es el caso de Percovich con Cristoph Marthaler (y la influencia de su puesta Protegerse del futuro) o del equipo de Lavanderas con las ideas del director Bartís, un gran maestro de la escena porteña. Del mismo modo uno de los primeros estrenos del 2014 dirigido por Alfredo Goldstein toma un texto del joven dramaturgo argentino Lautaro Vilo (de quien vimos en 2013 Escandinavia en la Zavala Muniz con actuación de Rubén Szuchmacher) En este caso el título se ha modificado a 15.361 (ley de cigarrillos, cigarros y tabaco) en una puesta que propone un trabajo sobre la dramaturgia contemporánea argentina y cuyo elenco se conforma por muy buenos actores: Federico Guerra, Mauricio Chiessa y Pablo Robles.