4 de mayo de 2009

Las Julietas: ¿Un Uruguay que fue?

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Lejana o no, la mitología sólo puede tener fundamento histórico, pues el mito es un habla elegida por la historia no surge de la “naturaleza” de las cosas.”
Mitologías, Roland Barthes. Pág. 200.


Marianella Morena arriesga y apuesta. Esa postura descontracturada (por tanto libre) y a su vez comprometida con la escena hace que sus puestas, frontales y honestas, encuentren desde la experimentación un lugar y un sentido. En Jaula de amor la directora inspirada por una noticia policial compuso un texto desde la escena, en el trabajo con los actores. Creó así, por tanto, un texto vivo más cerca de la innovación que del cliché. Con una forma de trabajo similar Las Julietas nació desde una idea que rondaba en su cabeza: abordar Romeo y Julieta desde el hoy. Nuevamente eligió a los actores para acompañarla en ese viaje, para poder, en conjunto, reconstruir un texto que vivía en el interior de cada uno.

Bajo la guía y la idea original de Morena el grupo conformado por Santiago Sanguinetti, Alejandro Gayvoronsky, Leonardo Pintos y Claudio Quijano, reflexionó y creó desde los ensayos una puesta que dialoga con el clásico de Shakespeare en varias direcciones: directamente con fragmentos de su texto original e indirectamente con sus ecos y con los nuevos nexos e interpretaciones que se disparan desde el hoy. El puntapié definitivo cuajó desde una anécdota familiar: los abuelos de uno de los actores en los ’50, a la deriva y sin director, realizaron por el interior un varieté criollo basado en textos de Shakespeare. En ese punto, aparentemente distante, se inició el diálogo. Dos mitos se encontraron: la tragedia de Shakespeare que no pierde su vigencia, y las fórmulas de una forzada identidad nacional basada en hechos pasados y perdidos.

Una puesta de actores en torno a un texto

Los cuatro actores llegan a escena con poco vestuario. Se presentan despojados, con sus armas a cuestas: cuerpo y mente. Sobre el escenario toman sus trajes y comienzan a dar vida a sus personajes. En ese ambiente la directora los contiene y a su vez los libera: les brinda un espacio de seguridad pero sólo delimitado por pocos elementos escénicos. Lo que prima es su presencia, sus gestos, sus acciones, sus palabras.

El juego que se multiplica desde el título de la obra es la develación de una identidad. En ese camino los actores son ellos y a su vez sus personajes: se construyen a sí mismos sobre el escenario. Así Sanguinetti y Quijano pueden enfrentarse por el origen italiano de sus propios apellidos o ser Only Delonely y Cittadino italiano. Las prometidas Julietas, mientras tanto, aparecen en historias desde su ausencia como los mitos que perpetúan hechos que no están presentes. Esa ambigüedad en la relación entre los personajes, esa indefinición que crece a lo largo de la obra desmorona una de las tantas leyendas enquistadas en la sociedad: el macho tano, tanguero, ganador ¿real o ficticio? ¿rol o etiqueta? ¿Romeo o Julieta?

Desde situaciones cargadas de un humor irónico e inteligente se cuestionan varias verdades canónicas. Surgen así las capas que conforman una identidad erigida en base a mitos: ¿lo celeste como postura o como imposición? ¿Qué es ser celeste al final de cuentas?
El mito se presenta desde su carácter imperativo, universal, donde todo se vuelve parte de él, un diálogo se repite: “todo celeste, el perro celeste…” Los personajes ironizan (a modo de charla que puede ser la de unos amigos en la barra de un bar) en torno a premisas arraigadas y arrastradas de una década que no permite avanzar. Sus fuerzas chocan entre el querer conservarlas y el intentar desecharlas. Sobre la escena aparecen los mil modos de representarla en un juego constante con la memoria: desde una canción popular a un rol social (la historia del blandengue, la del gaucho) La sensación desde el discurso es que en esa identidad sólo quedan las formas, mientras el pasado se evapora: ”Uruguayos campeones de América y del mundo…”, suena y se repite a coro hasta agotarse.

Según afirma Barthes en su análisis: “Por más paradójico que pueda parecer, el mito no oculta nada: su función es la de deformar , no la de hacer desaparecer.”(1) Así la permanente invocación a la memoria, con su letargo y su visión fragmentada ironiza e intenta reconstruir las bases del mito: su transmisión oral a la vez que muta, deforma. Así como la historia shakespereana, el Uruguay del ’50 con el paso del tiempo toma un tinte utópico. La primera una historia de amor contada de boca en boca, que excede a su autor y se ubica en un status idealizado. La segunda una identidad totalizadora que todo lo agobia, resumida en el color celeste como el tópico ideal.

Desde el humor se teje un doble juego entre el acercamiento y la distancia creativa, que descubre y a la vez cuestiona esos mitos. Esas antiguas historias en su carácter mitológico pueden adquirir cierto vuelco sagrado e intocable y, paradójicamente, también ser consideradas falsas y poco creíbles. El paralelismo que se establece entre ambas no parece tan desacertado: una historia de amor ideal con final trágico que dialoga con una parte de la historia de un Uruguay... ¿qué fue?

(1) Barthes, Roland. (2003). Mitologías. Argentina:Siglo XXI Editores. Pág.213.

Autora y directora: Marianella Morena
Elenco: Santiago Sanguinetti, Alejandro Gayvoronsky, Claudio Quijano, Leonardo Pintos.
Teatro de La Candela. Miércoles y Jueves 21 hs.

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