Toda guerra es una experiencia humana devastadora para aquellos que la padecen. Tras sus vestigios, nada sigue siendo igual. El arte, en todas sus manifestaciones, no es indiferente a los efectos que las miles de guerras generan. Luego de la segunda guerra mundial el filósofo alemán Theodor W.Adorno en su dictum se preguntaba: ¿es posible escribir poesía después de Auschwitz? Su reflexión filosófica, a pocos años del genocidio y en pleno shock postraumático, afirmaba que no es posible hacer poesía acerca de la barbarie desde el propio seno de la cultura que la generó. Hoy las secuelas de esa y otras guerras que parecen interminables siguen siendo cuestionadas y denunciadas desde el arte. Muchos han sido los debates acerca de los límites éticos al representar el horror. La pregunta sigue siendo si es posible hablar sobre lo indecible y, por lo tanto, cómo puede el arte acercarse a ese horror.
Actualmente en Montevideo dos puestas teatrales abordan el dolor y la debacle de la guerra desde diferentes puntos de vista estéticos: El último Fuego de la dramaturga alemana Dea Loher y Stabat Mater Furiosa basada en un largo poema del francés Jean-Pierre Simeón. ¿Cómo se acercan estos textos y sus puestas a esa estética del horror?
Lo simbólico. El texto de Loher El último Fuego no hace referencia explícita a la guerra, pero su presencia está implícita a lo largo de la obra a modo de fantasma. Desde una distancia conciente la autora permite mantenerse a salvo, reflexionando desde un plano simbólico sobre el peso emotivo que la barbarie vivida por su sociedad padece.
Los personajes, dispares, cargan con una gran culpa. Nadie sabe a quién le corresponde y ninguno puede despojarse de ella. La negación y la imposibilidad de olvidar esa responsabilidad se representan en escena en la pregunta recurrente que el personaje encarnado por Elena Zuasti (una abuela con alzhemier) repite incansablemente, a modo de tortura psíquica: ¿dónde se encuentra su nieto? ¿qué pasó con la guerra? Hay un pasado muy presente, una herida que permanece abierta.
La autora se cuestiona sobre la posibilidad de empezar de cero luego de la destrucción total: cuando un fuego devastador lo destruye todo ¿Se puede efectivamente renacer? La puesta escénica de Fernando Alonso se detiene en los estados de desasosiego y de extralimitación de los personajes y hace de la ausencia el eje central que equilibra y desequilibra las fuerzas.Los personajes, dispares, cargan con una gran culpa. Nadie sabe a quién le corresponde y ninguno puede despojarse de ella. La negación y la imposibilidad de olvidar esa responsabilidad se representan en escena en la pregunta recurrente que el personaje encarnado por Elena Zuasti (una abuela con alzhemier) repite incansablemente, a modo de tortura psíquica: ¿dónde se encuentra su nieto? ¿qué pasó con la guerra? Hay un pasado muy presente, una herida que permanece abierta.
El peso psicológico de esa ausencia es la forma de acercarse a ese horror, también desde una distancia protectora. En la anécdota una familia pierde a su hijo pequeño en un accidente, se desconoce al culpable. Una mancha roja en el piso y una pelota de goma son las señas escénicas que Alonso elije para dar cuerpo a esa ausencia, que lo rige todo. Ese hijo, simbólico, puede ser el hijo de todos.
La dimensión social del dolor se representa en los personajes sobrevivientes como marcas físicas perdurables: muchos son mutilados, adictos, enfermos. Sus padecimientos físicos refieren al dolor interior, son la parte visible, también simbólica, de una pena que es eterna e insuperable.
La ausencia de ese hijo es permanente e irreparable y, a su vez, establece una dualidad con la presencia constante de los personajes conviviendo en la escena. Muchos de ellos, a su modo, también ausentes: una abuela que se refugia en sus trastornos de memoria, un extranjero que se somete voluntariamente al silencio, un adicto que se aísla en su habitación. La pérdida genera un antes y un después en la dinámica de las relaciones: la alienación actúa como tentativa de una salvaguarda emocional. También existe un intento de reparación frustrado, que no se alcanza ni con dinero (el billete de lotería que juega el padre protagoniza la escena más dramática que destierra toda chance de felicidad); ni con prótesis falsas.
El último fuego aborda metafóricamente la ausencia de lo bélico, el retorno y la capacidad de resiliencia ante lo vivido, la muerte masiva y el duelo social que no ha podido quemar sus etapas.
¿Lo terrenal? Stabat Mater Furiosa se posiciona desde la voz de las víctimas de la guerra, y su texto es un alegato antibélico. En esta puesta las distancias se desdibujan para tomar una posición activa, de descripción y denuncia. El texto, escrito como monólogo poético desde una voz femenina, es una proclama a favor de la vida. La directora María Azambuya desdobló esa voz en tres actrices, en el intento de representar a todas las mujeres (madres, hijas, abuelas) víctimas de la guerra. Esa decisión (en busca de la experimentación) traiciona la fuerza del texto, ya que dificulta su entendimiento lejos de reforzarlo. No se puede escuchar la inescuchable, no se puede entender lo inentendible.
Aquí lo central son los sobrevivientes, las ausencias se representan en segundo plano, como acúmulo de ropa doblada al fondo del escenario. Es una voz directa, que acerca la realidad de la guerra que es la que se vive todos los días, e interpela con la mirada y con fotografías que van y vienen al público. Lo simbólico es accesorio, lo material quiere ganar partido sin conseguirlo: la puesta remarca en todo momento su carácter ficticio: libretos a la vista, actrices preparándose para salir a escena frente al público, voces declamadas que nunca se encuentran.
El intento por ganarle a la indiferencia se quiebra abruptamente y es una segunda traición a un texto sensible, cuando a la salida de la sala las mismas actrices que intentaban emocionarse con la palabra testimonial, ofrecen una sonrisa y una trufa de chocolate para sacarse el gusto amargo de la boca. ¿La puesta puede hacerse cargo de la magnitud emotiva que el autor del texto trabaja sobre la guerra en Líbano? ¿o intenta evadirlo al no poder manejarlo desde lo material?
Stabat Mater furiosa intenta actuar como testimonio de vida de las sobrevivientes. Acerca del rol de quien testimonia y de su interlocutor en el ámbito de la representación, el español José A. Zamora en su ensayo Estética del horror.Negatividad y representación después de Auschwitz, se pregunta:"¿De qué manera influye en la percepción del sufrimiento ajeno y en la respuesta moral al mismo la masiva e ininterrumpida presentación del sufrimiento “lejano” servida por los medios de comunicación, a veces live, pero desconectada casi siempre de toda vinculación responsabilizadora? ¿Puede conducir la confrontación con el sufrimiento del pasado y con los sufrimientos de otros hoy a una acción responsable, en vez de acabar en la identificación imposible con las víctimas, la represión, la conmiseración políticamente paralizante, la fijación melancólica o el estupor mudo ante lo extraño de la experiencia traumática?” (*)Las respuestas, si las hay, surgirán de la experiencia de cada espectador a la salida de la sala.
¿Lo terrenal? Stabat Mater Furiosa se posiciona desde la voz de las víctimas de la guerra, y su texto es un alegato antibélico. En esta puesta las distancias se desdibujan para tomar una posición activa, de descripción y denuncia. El texto, escrito como monólogo poético desde una voz femenina, es una proclama a favor de la vida. La directora María Azambuya desdobló esa voz en tres actrices, en el intento de representar a todas las mujeres (madres, hijas, abuelas) víctimas de la guerra. Esa decisión (en busca de la experimentación) traiciona la fuerza del texto, ya que dificulta su entendimiento lejos de reforzarlo. No se puede escuchar la inescuchable, no se puede entender lo inentendible.
Aquí lo central son los sobrevivientes, las ausencias se representan en segundo plano, como acúmulo de ropa doblada al fondo del escenario. Es una voz directa, que acerca la realidad de la guerra que es la que se vive todos los días, e interpela con la mirada y con fotografías que van y vienen al público. Lo simbólico es accesorio, lo material quiere ganar partido sin conseguirlo: la puesta remarca en todo momento su carácter ficticio: libretos a la vista, actrices preparándose para salir a escena frente al público, voces declamadas que nunca se encuentran.
El intento por ganarle a la indiferencia se quiebra abruptamente y es una segunda traición a un texto sensible, cuando a la salida de la sala las mismas actrices que intentaban emocionarse con la palabra testimonial, ofrecen una sonrisa y una trufa de chocolate para sacarse el gusto amargo de la boca. ¿La puesta puede hacerse cargo de la magnitud emotiva que el autor del texto trabaja sobre la guerra en Líbano? ¿o intenta evadirlo al no poder manejarlo desde lo material?
Stabat Mater furiosa intenta actuar como testimonio de vida de las sobrevivientes. Acerca del rol de quien testimonia y de su interlocutor en el ámbito de la representación, el español José A. Zamora en su ensayo Estética del horror.Negatividad y representación después de Auschwitz, se pregunta:"¿De qué manera influye en la percepción del sufrimiento ajeno y en la respuesta moral al mismo la masiva e ininterrumpida presentación del sufrimiento “lejano” servida por los medios de comunicación, a veces live, pero desconectada casi siempre de toda vinculación responsabilizadora? ¿Puede conducir la confrontación con el sufrimiento del pasado y con los sufrimientos de otros hoy a una acción responsable, en vez de acabar en la identificación imposible con las víctimas, la represión, la conmiseración políticamente paralizante, la fijación melancólica o el estupor mudo ante lo extraño de la experiencia traumática?” (*)Las respuestas, si las hay, surgirán de la experiencia de cada espectador a la salida de la sala.
(*)José A. Zamora, Estética del horror. Negatividad y representación después de Auschwitz. Publicado en Isegoría. Revista de Filosofía Moral y Política, nº 23, diciembre 2000, 183-196: isegoria.revistas.csic.es/index.php/isegoria/article/viewFile/543/542
-Estampa de la serie Los desastres de la guerra de Goya. Alude a los acontecimientos ocurridos durante la Guerra de la Independencia en España. Título: Enterrar y callar (1810-1815)
-Fotografías de Stabat Mater Furiosa y El último fuego de Alejandro Persichetti: elpersi.blogspot.com
El último fuego
Autor: Dea Loher
Dirección: Fernando Alonso
Elenco: Gabriela Iribarren, Sergio Mautone, Elena Zuasti, Sara de los Santos, Sofía Etcheverry, Sergio Muñoz, Bernardo Trías y Alejandro Campos
Espacio Palermo Sábado 22 hs. Domingo 19hs.
Stabat Mater furiosa
Autor: Jean-Pierre Simeón
Dirección: María Azambuya
Elenco: Stella Texeira, Gisella Marsiglia y Nadina González Miranda
Teatro El Galpón. Sala Cero. Vi/Sa. 21 hs. Domingo 19:30 hs.
1 comentario:
Arribe a tu blog buscando otra cosa en yahoo y debo reconocer que esta muy bien escrito.
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