29 de julio de 2007

Playa Desierta: Señas de identidad


El universo Duras en su dos caras de representación/homenaje no pudo ser más exacto ni más sensible que el propuesto por Mariana Percovich en la sala UnderMovie. Marguerite Duras ejerció la escritura como herramienta para la construcción de una identidad. En sus textos varios tópicos recurrentes se relacionan para referir a esa individualidad: el amor, la escritura, la muerte, la soledad. Las historias resultan universales, pero la construcción, el estilo de la narración, se encarnan en un nombre. De la digestión cuidadosa de ese estilo se nutre Playa Desierta.
TRES. Número asociado con la divinidad, número impar que en este caso marca la presencia de un triángulo. Son tres los personajes: dos hombres de blanco, una mujer de rojo. El triángulo amoroso recorre la obra de Duras. En El Amante la niña protagonista es la hermana del medio, entre dos hermanos varones, conforma un triángulo con su amante y su hermano mayor. En el ambiente diplomático de India Song el triángulo amoroso vuelve a concretarse, así como en la historia del film Hiroshima Mon Amour de Alain Resnais. La mujer como centro, como bisagra, como desencadenante de la acción, ejerce la tensión entre los personajes, dialoga y genera conflictos dentro de la tríada. Tres actores que juegan con la palabra y con el cuerpo. La palabra durasiana con su peso y su puntuación dura: afirma e interroga. Con su medida justa genera estados emotivos de angustia, desesperación, desconcierto, deseo y felicidad, y deja lugar al silencio, tan importante como la expresión misma. El silencio, asociado normalmente a la ausencia, en este caso refuerza la presencia de los personajes, sobretodo del femenino que, utilizando pocas palabras, impone su ser desde su esencia.
FRAGMENTACIÓN. Varias historias en una. Muchas voces, tres juntas que se superponen, se confunden, son una y lo mismo. La puesta escapa a la categorización reductora. En una Playa Desierta no hay lugar para las categorías, en la obra de Duras tampoco. Percovich aplica a la perfección esa premisa en la creación de su espacio escénico: aquí tampoco hay orden rígido, no hay centralidad referida al orden clásico. Los actores recorren toda la escena, sin un delante y un detrás. A lo largo de la obra aprovechan todos los rincones posibles. La escena se divide y la mirada del público elige el foco de atención desde el que recepciona: el encuadre no se impone, es libre. Una iluminación cálida que contiene a los personajes pronto se vuelve fría, los arrincona y los expone, simulando una pantalla de cine. Percovich introduce en su dramaturgia técnicas cinematográficas, logrando una verdadera ductilidad de lenguajes presentes en las creaciones de Duras: texto-teatro-cine.
EL CUERPO. La danza aparece como expresión corporal de los estados sentimentales. Los movimientos propios de un arte marcial oriental transmiten equilibrio, sincronía, además de referir a los orígenes de la escritora, nacida en la Indochina francesa. En el transcurrir del discurso ese equilibrio de tres cuerpos que se balancean en armonía se quiebra abruptamente, y los actores corren por el escenario, se separan, escapan buscando refugio. La directora se vale de esos cuerpos para acceder a los estados, se concentra en ellos y utiliza mínimos objetos con los que se interrelacionan: abanicos y rosas rojas. Esos elementos, al igual que el sombrero rosado con una cinta negra que acompañaba a la protagonista de El Amante, encarnan una simbología del deseo que los aleja del simple fetichismo.
AMBIENTE. Un músico, Ariel Ameijenda, acompaña en vivo la representación. Su interpretación de variados instrumentos de cuerda y percusión genera una atmósfera íntima dentro de la diégesis. Inmersos en esa sonoridad, los personajes pasean por esa arena recorriendo una intimidad. El vestuario y la caligrafía oriental presente desde las escaleras de acceso a la sala, nos trasladan también hacia ese universo geográfico central en la conformación de la identidad representada. Percovich logra la comunión entre el lugar (espacio-origen) y la identidad del personaje que aprehende. Esa comunión es el universo Duras donde todo se transforma: así como una casa inundada en agua puede convertirse en playa, una sala teatral inundada de arena puede ser una playa desierta.
Texto y dirección: Mariana Percovich
Teatro: UnderMovie
En Cartel: Viernes y Sábados 21:00 - Domingo 20:00

Resiliencia: Cuando el cuerpo es lo único que nos queda

Un actor y su cuerpo; una sala pequeña, como una celda; un traje negro y una lámpara. En Resiliencia, de Marianella Morena, la austeridad de la escena logra una conmoción intensa: nada sobra, nada falta.
En la realización del monólogo la corporalidad de Armand Ugón dialoga con el cuerpo del ser humano torturado en El Furgón de los locos: dos intimidades se encuentran. En su adaptación del texto de Carlos Liscano la directora entiende que el cuerpo es la única pertenencia que le queda a un individuo para mantener su dignidad.
Bajo los efectos del claroscuro que provoca una lámpara en su rostro el protagonista cuenta, en un pasado que se vuelve presente en la escena, los matices de los sentimientos y las sensaciones que experimenta en la alienación de una cárcel durante el período de la dictadura. En el tono invariable y contenido de la expresión, una señal: la impotencia.
La directora toma como primer guía el respeto. No hiere, no revuelve, no se regodea en el morbo, pero tampoco olvida. En su puesta representa los efectos de la tortura física, psicológica y moral que, sin ser explícita, escapa inteligentemente de sus mismas herramientas.
La naturalidad de un actor que juega con su vestuario, que se saca y se pone, que cambia de lugar sus elementos, aliviana la tensión de las palabras y resalta el protagonismo de un cuerpo frágil, vulnerable. Cuerpo que fue receptor y que hoy es signo transmisor de un pasado que le impuso sus huellas. En ese transponer de prendas algo se oculta y a la vez se descubre, mientras el relato cuenta un secreto a voces.
La luz se apaga pero no detiene la acción. El sonido entrecortado de una voz nos explica el significado del trauma. La luz se enciende y provoca un shock, enceguece el rostro del actor y el de su público. Una luz dura de aparición violenta con la fuerza como para deformar las formas ya deformadas; pero no sólo eso, devela al imponerse que algo que late aún mantiene su capacidad de hacerlo.
Esta obra, premio Monólogos del Centro Cultural de España, es el resultado del diálogo comprometido con la creación de otro, con el dolor del otro. De esa capacidad es de la que habla Resiliencia: del expresarse como herramienta para comprender y superar hechos aberrantes.

Texto: Adaptación del libro El Furgón de los locos de Carlos Liscano
Dirección: Marianella Morena
Teatro: Sala Off Metro

Morir (o no): Cuestión de decisión


“(…)murió, simplemente, no importa de qué. Preguntar de qué ha muerto alguien es estúpido, con el tiempo se olvida la causa, sólo la palabra queda.”
José Saramago, Ensayo sobre la Ceguera.

La invitación es a ingresar a un círculo, a un ciclo del que todos formamos parte. Los actores aguardan sentados en las butacas al público con aparente indiferencia. Desdibujan en ese esperar, del otro lado, las fronteras teatrales convencionales. Los directores Gabriel Calderón y Martín Inthamoussú generan un primer quiebre que acerca, al incluir al espectador como parte del universo representado.
La propuesta suena extraña: se trata de observar la muerte, detenerse detalladamente en el momento abyecto en que una persona deja de respirar, entender las distintas formas y causas de morir. La muerte, tema doloroso y evasivo del que generalmente no se habla o no quiere hablarse, es lo que explora el dramaturgo Sergi Belbel en el texto de su obra Morir.
Varios focos de atención se alternan arriba y abajo en el escenario. Una estética de la fragmentación que presenta escenas aparentemente inconexas en tiempo y espacio, pero que transmiten, sin embargo, la continuidad inherente del proceso vital. Es el fluir de ese ciclo el que logran los directores a través de una puesta en escena coreográfica y musical.
Frente a los ojos muchas vidas, muchas futuras muertes. Tenues luces verdosas y frías, que acompañan a personajes maquillados en el mismo y fúnebre tono. La muerte como protagonista, centraliza las miradas entre la incomprensión y la soledad.
Como historia inicial un guionista de cine frustrado comenta a su esposa la idea que ha desarrollado luego de un año de trabajo bajo los efectos de la depresión. Mientras el hombre narra, la mujer corrige y no escucha las ideas, las censura, las modifica, las mata. El escritor, muerto desde hace un año por sus fracasos, es aniquilado nuevamente por la falta de comprensión de su pareja.
La familia y la incomunicación recorren la seguidilla de historias subsecuentes, como sustento de esas extinciones. La violencia de los vínculos y la inexistencia de otros, provocan la sensación de estar frente al inevitable camino hacia la muerte física de los protagonistas, hacia su dolorosa autodestrucción. En definitiva, muchas de las vidas representadas se asemejan a la misma muerte.
En esa invitación a observar el final de los otros, Calderón logra nuevamente, como en su anterior obra Las buenas muertes, hacernos sentir parte del show. La muerte sigue un rumbo circular que conecta historia con historia, principio con fin, en una lograda personificación fantasmal que flota latente y que espera una víctima débil para concretarse: amenaza pues puede actuar en cualquier momento.
Las adicciones se presentan como parte del ritual mortuorio. Aparecen en escena alcohólicos y drogadictos. Personajes que se empujan hacia su propia muerte, otros que la provocan a los demás (como los policías que atropellan al motociclista), intencional o accidentalmente. Muertes rápidas o lentas, esperadas o inesperadas, pero con iguales efectos para víctimas y victimarios.
Adicción, soledad, depresión, incomunicación, corrupción y violencia: todos tópicos conformantes de la mirada de Calderón. En Morir muerte y vida son dos extremos de un mismo camino que se entrelazan y, a veces, se confunden.
¿De qué lado del ciclo quedarse? Esta decisión es puesta en manos del público cuando el fluir de la obra toma circularidad y regresa hacia atrás, historia tras historia, para mostrarnos otro posible desenlace. Reiterando extractos enteros de diálogo, pero inteligentemente adaptados a una nueva situación, los personajes son salvados de su segura y penosa muerte y continúan con su segura y penosa vida. “Vivir (o no), Morir (o no)” expresa un personaje y su frase funciona como claro epílogo que deja la decisión en manos del público.
Texto: Sergi Belbel
Dirección: Gabriel Calderón / Martín Inthamoussú
Teatro: Circular
En cartel: Jueves y viernes 21 hs