29 de julio de 2007

Morir (o no): Cuestión de decisión


“(…)murió, simplemente, no importa de qué. Preguntar de qué ha muerto alguien es estúpido, con el tiempo se olvida la causa, sólo la palabra queda.”
José Saramago, Ensayo sobre la Ceguera.

La invitación es a ingresar a un círculo, a un ciclo del que todos formamos parte. Los actores aguardan sentados en las butacas al público con aparente indiferencia. Desdibujan en ese esperar, del otro lado, las fronteras teatrales convencionales. Los directores Gabriel Calderón y Martín Inthamoussú generan un primer quiebre que acerca, al incluir al espectador como parte del universo representado.
La propuesta suena extraña: se trata de observar la muerte, detenerse detalladamente en el momento abyecto en que una persona deja de respirar, entender las distintas formas y causas de morir. La muerte, tema doloroso y evasivo del que generalmente no se habla o no quiere hablarse, es lo que explora el dramaturgo Sergi Belbel en el texto de su obra Morir.
Varios focos de atención se alternan arriba y abajo en el escenario. Una estética de la fragmentación que presenta escenas aparentemente inconexas en tiempo y espacio, pero que transmiten, sin embargo, la continuidad inherente del proceso vital. Es el fluir de ese ciclo el que logran los directores a través de una puesta en escena coreográfica y musical.
Frente a los ojos muchas vidas, muchas futuras muertes. Tenues luces verdosas y frías, que acompañan a personajes maquillados en el mismo y fúnebre tono. La muerte como protagonista, centraliza las miradas entre la incomprensión y la soledad.
Como historia inicial un guionista de cine frustrado comenta a su esposa la idea que ha desarrollado luego de un año de trabajo bajo los efectos de la depresión. Mientras el hombre narra, la mujer corrige y no escucha las ideas, las censura, las modifica, las mata. El escritor, muerto desde hace un año por sus fracasos, es aniquilado nuevamente por la falta de comprensión de su pareja.
La familia y la incomunicación recorren la seguidilla de historias subsecuentes, como sustento de esas extinciones. La violencia de los vínculos y la inexistencia de otros, provocan la sensación de estar frente al inevitable camino hacia la muerte física de los protagonistas, hacia su dolorosa autodestrucción. En definitiva, muchas de las vidas representadas se asemejan a la misma muerte.
En esa invitación a observar el final de los otros, Calderón logra nuevamente, como en su anterior obra Las buenas muertes, hacernos sentir parte del show. La muerte sigue un rumbo circular que conecta historia con historia, principio con fin, en una lograda personificación fantasmal que flota latente y que espera una víctima débil para concretarse: amenaza pues puede actuar en cualquier momento.
Las adicciones se presentan como parte del ritual mortuorio. Aparecen en escena alcohólicos y drogadictos. Personajes que se empujan hacia su propia muerte, otros que la provocan a los demás (como los policías que atropellan al motociclista), intencional o accidentalmente. Muertes rápidas o lentas, esperadas o inesperadas, pero con iguales efectos para víctimas y victimarios.
Adicción, soledad, depresión, incomunicación, corrupción y violencia: todos tópicos conformantes de la mirada de Calderón. En Morir muerte y vida son dos extremos de un mismo camino que se entrelazan y, a veces, se confunden.
¿De qué lado del ciclo quedarse? Esta decisión es puesta en manos del público cuando el fluir de la obra toma circularidad y regresa hacia atrás, historia tras historia, para mostrarnos otro posible desenlace. Reiterando extractos enteros de diálogo, pero inteligentemente adaptados a una nueva situación, los personajes son salvados de su segura y penosa muerte y continúan con su segura y penosa vida. “Vivir (o no), Morir (o no)” expresa un personaje y su frase funciona como claro epílogo que deja la decisión en manos del público.
Texto: Sergi Belbel
Dirección: Gabriel Calderón / Martín Inthamoussú
Teatro: Circular
En cartel: Jueves y viernes 21 hs

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