La
temporada teatral 2013 terminó con excelentes propuestas que
reflejan el camino de búsqueda e investigación que conforman y
definen a las puestas más contemporáneas de nuestra escena. Dos
ejemplos fueron las puestas de Proyecto Felisberto dirigido
por Mariana Percovich en la casona de Periscopio (Jackson 1083)
totalmente transformada para este gran montaje y Lavanderas una
creación colectiva que nació posterior a un taller que el grupo
tomó con el director argentino Ricardo Bartís (del equipo
participan Alfonso Tor Victoria Novick, Bruno Pereyra, Pablo
Sintes, Jimena Romero, Florencia Abbondanza, Toia Jackson y Valeria
Piana) y que fue realizada en el Club de arte Zona 598 (Florida 1215)
Ambas propuestas prometen volver a la cartelera en marzo y febrero
respectivamente.
La
sala como lugar seguro deja paso desde hace muchos años a espacios
no convencionales donde la distancia entre escena, actor y espectador
se desdibuja para generar nuevos contenidos creativos, éticos y
estéticos. El hallazgo de estas dos obras es intervenir espacios de
la ciudad, que si bien se dedican a las artes, no están pensados
para recibir montajes teatrales. Sin embargo su apropiación resulta
tan creativa y, sobretodo, cuidadosamente trabajada a nivel del
colectivo artístico que para el espectador se transforma en un grato
descubrimiento de espacios de su propia ciudad que muchas veces en el
tránsito cotidiano pasan desapercibidos. El teatro resignifica estos
sitios que, por momentos, se transforman en espacios y tiempos
alternativos: los de la escena. Proyecto Felisberto es
un trabajo profundo de investigación sobre el universo de la
literatura y los personajes de Felisberto Hernández, que llevó un
año de trabajo y ensayos para el equipo. El puntapié inicial fue
trabajar sobre los cuentos El Acomodador, El Balcón, Nadie
encendía las lámparas, Las hortensias
sobre sus personajes, su forma narrativa, la biografía del propio
autor y, sobretodo, su complejo universo para descubrir en él las
formas de teatralidad. En este proceso Percovich incorporó a los
dramaturgos Calderón, Gayvoronsky, Lagisquet y Sanguinetti que
trabajaron individual y colectivamente, junto a los actores y el
equipo técnico. La ambientación sonora tan importante en el mundo
felisbertiano fue trabajada nada menos que por el músico Fernando
Cabrera e interpretada por pianistas en vivo (Andrés Bedó o Herman
Klang) Y Paula Villalba realizó un enorme y excelente trabajo de
dirección de arte y vestuario para transformar a Periscopio en la
casona de principios del '900 que alberga a estos seres de ficción,
oníricos, parte de una memoria individual o colectiva: “Las
estirpes”. Dentro del juego escénico un montaje de relojería hace
que el espectador transite por la casa y ocupe los distintos espacios
a elección, armando su propio montaje. Entre la libertad, la
elección y el encierro se teje el destino dentro de este universo
felisbertiano tan perturbador como montevideano.
Por
su parte el joven equipo de Lavanderas
demuestra una postura política frente a las formas de teatro
convencionales. El grupo comenzó a trabajar en sus posibilidades
actorales desconocidas hasta entonces siguiendo las enseñanzas de
Bartís, sobretodo la premisa que expresó Bruno Pereyra: “lo
poético es lo personal”, es que el actor es carne de cañón y
compone sus personajes desde un sí mismo inevitable. Jugando con la
improvisación surgió este trío de personajes desopilantes: Mario,
Marta y Tony que (y dado que más allá de improvisar se necesita una
historia) conforman un grupo de terroristas culturales que complotan
para robar el cuadro de Pedro Figari (Lavanderas) del despacho de la
Intendenta Ana Olivera. El resultado es una explosiva situación de
comedia, con excelentes interpretaciones donde las situaciones
parecen irse a los extremos del absurdo. Fue un hallazgo el sitio
elegido. El club de arte Zona 598 utilizando su subsuelo y responde a
la perfección a la idea de “aguantadero” que se transmite en la
puesta. Lo interesante de esta apropiación de un nuevo espacio es
que a la entrada los propios actores fuera de papel reciben a su
público y de forma amena invitan a tomar unos tragos, comer algo,
todo de producción propia y a voluntad con música de fondo. Bajando
las escaleras un espacio del que también son parte incluye y recibe
al espectador-invitado que ya está viviendo una experiencia
alternativa. Hay un excelente y jocoso trabajo con el adentro y el
afuera, los actores entran y salen de escena subiendo y bajando la
gran cortina de metal que oficia de puerta del lugar. Hay una obra
que transcurre para quienes están dentro y también otra para el
vecino o transeúnte que se cruce en la vereda, por ejemplo, con
Alfonso Tort en polleras.
Sin
duda estas dos propuestas cerraron un año creativo y de búsquedas
experimentales en los diversos lenguajes teatrales, que atraen a un
espectador que ya no espera puestas de grandes autores clásicos sino
que está ávido de vivenciar el teatro como una “experiencia”
estética y también política. Existe además en estos creadores un
vínculo de ida y vuelta con artistas internacionales como es el caso
de Percovich con Cristoph Marthaler (y la influencia de su puesta
Protegerse del futuro)
o del equipo de Lavanderas
con las ideas del director Bartís, un gran maestro de la escena
porteña. Del mismo modo uno de los primeros estrenos del 2014
dirigido por Alfredo Goldstein toma un texto del joven dramaturgo
argentino Lautaro Vilo (de quien vimos en 2013 Escandinavia
en la Zavala Muniz con actuación de Rubén Szuchmacher) En este caso
el título se ha modificado a 15.361 (ley de cigarrillos, cigarros y
tabaco) en una puesta que propone un trabajo sobre la dramaturgia
contemporánea argentina y cuyo elenco se conforma por muy buenos
actores: Federico Guerra, Mauricio Chiessa y Pablo Robles.
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