Para esta puesta la directora trabajó sobre tres poemas[*] de Lorca que fusionó con el texto de Bodas... con el interés de trasladar el personaje del Amargo y sus connotaciones: la muerte que ronda, el tiempo que pesa. El diálogo entre el jinete (Juan Worobiov) y el Amargo (Jorge Bolani) se repite caprichosamente como un indicio. No importa si los cuchillos son de oro o de plata, el tono del ambiente queda instaurado.
Existe un cuidadoso trabajo de cada uno de los personajes, sobre su composición y su rol. La articulación entre ellos es fluida sobre la escena, cada uno tiene su lugar, cada uno es indispensable en esta propuesta de intervención. La voz (Oscar Serra) está dentro y está fuera de la historia. Su capacidad de distanciarse guía al espectador por el universo lorquiano, por los hilos del entramado en este trabajo grupal de dramaturgia escénica. Tanto la voz, como el jinete y el Amargo se transmutan sutilmente de un personaje a otro. En un ejercicio de travestismo, propio del trabajo de un actor, Bolani es también la Luna y la Parca y Worobiov la Muerte y la Mendiga, entre otros personajes. No sólo el excelente vestuario diseñado por Soledad Capurro los convierte en ellos, la dirección actoral logra una verdadera apropiación de la feminidad mortuoria que la fuerte simbología de la Luna y la Muerte del texto de Lorca exige.
Estos dos personajes son resultado de una investigación de influencias, en busca de resaltar el momento surrealista del texto donde ambos se personifican. Fotografías del artista plástico Francis Picabia, la obra del artista multimedia Matthew Barney y el trabajo de la fotógrafa y escritora francesa Claude Cahun inspiraron a Capurro y Percovich en el concepto de transformación que estos personajes conllevan en sí.
Los cuerpos se moldean, se transforman, los cuerpos aún en segundo plano están ahí y se hacen notar siendo vehículos de esa musicalidad que lo invade todo. El trabajo coreográfico de Martín Inthammoussú integra el movimiento a la anécdota y refuerza aún más el tejido escénico. El fluir de los actores, con sus entradas y salidas y en sus recorridos por el escenario también se logra en la relación con los elementos con los que interactúan. La coreografía con los abanicos acompañan el diálogo de los personajes y los sonidos, similares a navajas rasgando, son otro indicio de la muerte que se anuncia y flota en el aire.
Sobre la escena, la simbología poética de Lorca es la guía. Está presente, por ejemplo, en el empleo de la iluminación que se torna en un rojo violento, en las sábanas que lo envuelven todo (trabajadas por Osvaldo Reyno) y en el uso de objetos como la manzana que trasciende lo meramente textual. Hay un deseo oculto que recorre Bodas... un fuerte erotismo que se reprime y que luego explota. La Novia, como posesión, encarna ese deseo en disputa, transmisor inequívoco de la muerte. El Amargo es también un vehículo de las pulsiones en lucha, y por ello atraviesa la puesta.
Esa muerte anunciada en el planteo de la tragedia se instala y el desenlace es el luto inevitable. En ese momento esa Madre es la escena, por su intensidad, por su emoción. El silencio sólo nos centra en sus palabras, en su dolor. Medina se enviste en esa muerte y esa frustración, grandes obsesiones lorquianas, y magnetiza a su público.
Texto: Federico García Lorca
Versión y Dirección: Mariana Percovich
Asistente de dirección: Federico Ortega
Fotografías: Gustavo Castagnello
Teatro Solís: Viernes y Sábados 21 hs. Domingos 19 hs.
Versión y Dirección: Mariana Percovich
Asistente de dirección: Federico Ortega
Fotografías: Gustavo Castagnello
Teatro Solís: Viernes y Sábados 21 hs. Domingos 19 hs.
marianapercovich3.blogspot.com